Libros de Sangre - Volumen 2 by Clive Barker

Libros de Sangre - Volumen 2 by Clive Barker

autor:Clive Barker
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Terror, Relatos
editor: La factoría de ideas
publicado: 1983-12-31T23:00:00+00:00


Ron Milton contemplaba desde el hotel el desfile de luces parpadeantes por la colina, escuchaba las sirenas y los aullidos de Rex y las dudas le asediaban. ¿Era éste el tranquilo pueblo en el campo en que quiso instalarse con su familia? Miró a Maggie, a quien el ruido había despertado, pero que se había vuelto a dormir. Tenía un frasco de somníferos sobre la mesilla de noche, casi vacío. Se sintió protector, aunque ella se le hubiera reído en las narices: quería ser su héroe. Sin embargo, era ella quien iba a clases de defensa personal por la noche, mientras él engordaba a base de comidas caras. Le producía una tristeza inexplicable verla dormir, saber que tenía tan poco poder sobre la vida y la muerte.

Rex estaba en medio del vestíbulo de la sacristía envuelto en confetis de madera. Tenía el torso acribillado de astillas y docenas de heridas pequeñas le sangraban por el cuerpo jadeante. Su sudor acre impregnaba el vestíbulo como si de incienso se tratara.

Olisqueó el aire en busca de su hombre, pero ya debía de estar lejos. Apretó los dientes, frustrado, emitió un leve silbido gutural y se dirigió a grandes zancadas hacia el estudio. El ambiente era cálido y confortable en esa habitación, lo notaba a veinte metros de distancia. Rodeó la mesa de despacho y destrozó dos sillas, en parte para ganar espacio, pero sobre todo por el placer de destrozar, luego arrojó el guardafuego y se sentó. Estaba rodeado de calor: un calor curativo y vivo. Le deleitaba sentir cómo le acariciaba la cara, el bajo vientre, las extremidades. También le calentaba la sangre, evocándole recuerdos de otros fuegos, de fuegos que había provocado en campos de trigo en flor.

Y le vino a la memoria otro fuego, cuyo recuerdo trataba de eludir, pero no podía dejar de pensar en él: la humillación de aquella noche le acompañaría siempre. Habían escogido cuidadosamente la estación: era verano avanzado, no había llovido en dos meses. El sotobosque del Bosque Salvaje era pura yesca, hasta los árboles vivos prendían fácilmente. Le habían hecho salir de su fortaleza con los ojos bañados en lágrimas, aturdido y asustado, y se vio rodeado por cantidad de estacas con púas, de redes y de… esa cosa que esgrimían, cuya sola vista le detenía.

Claro que no fueron lo bastante valientes como para matarlo: eran demasiado supersticiosos para eso. Además, ¿no estaban reconociendo su autoridad mientras lo herían, no era su terror el homenaje que le ofrecían? Por eso lo enterraron vivo, y eso fue peor que la muerte. ¿No fue eso lo peor de todo? Porque podía vivir toda una eternidad sin morir jamás, ni aunque lo metieran bajo tierra. Lo dejaron condenado a esperar cien años y a sufrir, a esperar un siglo y otro siglo, mientras las generaciones pisaban la tierra que tenía encima, vivían, morían y lo olvidaban. A lo mejor no lo olvidaron las mujeres: incluso a través de la tierra podía distinguir su olor cuando se



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